Deportivo La
Paz
Johanny
Rodríguez
Faltan
pocas horas para el partido Colombia – Brasil, y el país espera apabullante
para calmar su sed de venganza. Situación comprensible si se entiende que se
trataba de la primera vez que el equipo tricolor estaba tan cerca de la
victoria en un Mundial de Fútbol. Y es que este hecho removió tantas fibras,
que hoy el colombiano no ve este deporte como prueba de fe, sino de certeza.
Con la selección de Pékerman nos subimos al bus del triunfo. Tanto así que ni
nos importó que el director técnico fuese argentino, pues no hay que dudar que
la guerra con el país albiceleste, en esta materia, la tenemos casada.
No
obstante, hoy no estoy para hablar sólo de fútbol. A
ún me
preocupa que Nairo Quintana no pueda estar en el podio de la Vuelta a España.
Sin embargo, le deseo la mejor de las suertes a Rigoberto Urán y Winner Anacona,
que aún continúan en la batalla. Ustedes también son orgullo para nuestro país.
Es
que definitivamente habían pasado muchos años para que el país volviera a tener
este panorama tan claro en el ámbito deportivo. A nuestras anchas tenemos
nombres como Mariana Pajón, Caterine Ibargüen, Orlando Duque, James Rodríguez,
Yuri Alvear, y el sinnúmero de deportistas que mi memoria no alcanza a
recordar, pero que la prensa mundial sigue a diario porque han llevado el
título de ser colombiano a lo más alto. Y lo mejor de todo, sin ayuda alguna de
mafias o narcotráfico como solía pasar en épocas de antaño.
Sus
historias parecen de telenovela. No obstante, acá los protagonistas no
resultaron con la herencia del papá perdido y millonario de la noche a la
mañana; o con el Romeo, Julieta en el caso de los hombres, que los sacara del
estado de pobreza. No. Nuestros deportistas vienen de desayunos con aguapanela,
queso y pan. Una condición que los hace más guerreros. Además sin olvidar que
algunos vienen de zonas de conflicto armado, como es el caso de Ibargüen,
oriunda de Apartadó (Antioquia), tierra de concentración paramilitar.
Y es
que recordar estas victorias es motivo de nostalgia. Cómo no sentir euforia
cuando el deporte une lo que la política no puede unir: un país entero. Es que
es tanto el poder que adquiere, que hasta
la misma Noemí Sanín lo utilizó en el 85 para apaciguar el terror que producía
la toma del Palacio de Justicia. Comprendámosla. Para ella, primero el fútbol
que los muertos y desaparecidos.
El
caso es que el deporte es una arma para la paz, que si bien es aprovechada
puede abrir corazones y cicatrizar heridas. Para muestra de un botón está Nelson
Mandela, quien en el año 1995 logró que el rugby, juego insignia de la cultura
sudafricana, pudiera ser su estrategia para unificar blancos y negros, después
de la era de horror que produjo el apartheid.
Sin
dejar de lado la enseñanza de ‘Madiba’ (así era conocido Mandela en su país),
creo que Colombia necesita concretar su apoyo con los deportistas, ya sea a
través de la creación de un Ministerio del Deporte o de estrategias políticas
que permitan que los niños de hoy día vean también en este tipo de actividades,
una herramienta para salir del círculo vicioso que los rodea, pues no hay que
olvidar que quienes están más cerca de los sectores marginados son más
vulnerables a la vida de violencia, crimen y vandalismo.
Así
que dejemos atrás los odios del fútbol, que alguna vez fueron patrocinados por
Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha, y hagamos de nuestra fuerza deportiva
un equipo nacional que no renuncie a los anhelos de paz y al deseo de ser
respetado por ser diferente. Recordemos que hace unos meses fue Colombia – Grecia
la que unió santistas y zuluaguistas (uribistas), entonces, ¿por qué no pensar
en una paz duradera vista desde el deporte? -una utopía que no deja de ser mi
sueño-.
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