jueves, 30 de octubre de 2014
Tema libre
COLUMNA LIBRE
SEGURIDAD PÚBLICA EN MÉXICO
Guerra contra el narcotráfico
El gobierno de Peña Nieto en materia de seguridad
Los zetas y la guerra interna contra el Cartel de Jalisco
La legalización de las autodefensas de Michoacán
Los estudiantes desaparecidos en Iguala, Guerrero
Mortalidad de periodistas
Semejanza con la situación de Colombia en los 80 y 90
jueves, 23 de octubre de 2014
Televisión para no pensar
Se llegaron los 60 años de la televisión colombiana y por si fuera poco su recuerdo me persigue. En mi imaginario aún siguen rodando imágenes como la de Margarita Rosa de Francisco cantando en una gallera o a Betty la fea conversando con su club de oficina mientras en el fondo hay una voz que canta “Se dice de mí…”. Y es que definitivamente, el poder de la televisión es tan fuerte e intenso, que a veces yo quisiera recordar el teorema de Pitágoras como si se tratase de cualquier telenovela.
Por estos días, revisando el primming (lo más visto, lo más leído…) me encuentro con que los dos primeros puestos se lo llevan una noticia sobre La Voz Kids y otra correspondiente a las 10000 becas otorgadas por el Gobierno Nacional. Justo ahí mi mente empieza a escudriñar ideas, hasta llegar a la conclusión que la educación y la televisión son cabeza y cuerpo de un país que aún no está pensado para pensar.
Según la última Encuesta de Consumo Cultural, realizada por el DANE en colaboración con el ministerio de Cultura en el año 2013, cada colombiano lee al año 1,9 libros. Es decir, cerca del 12% de lo que lee un español o del 0,89 % de un finlandés. Una cifra que nos deja mal parados ante el mundo y que responde a nuestros pésimos resultados en pruebas internacionales como la PISA, donde en el último año ocupamos el último lugar de 65 países participantes. Vergüenzas que en últimas termina “curando” RCN o Caracol.
A Colombia le cuesta pensar y por eso su mejor salida es el entretenimiento. Hoy el país encabeza junto a México, Brasil y Estados Unidos el ranking de los mayores productores de novelas de la industria de la televisión mundial, y no precisamente por novelas de escritura como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, sino por material carnívoro que alimente el morbo de los telespectadores.
La cultura del ‘farandulismo’ nos vendió la televisión como un espacio ideal. Acá los héroes visten de silicona, bótox y pestañina, y por si fuera poco, nunca van a una escuela, porque su fortuna la hereda de un papá antes desconocido o de una artimaña con visos de corrupción y sicariato. Esas son nuestras historias de vida, razón tienen muchas estudiantes de Comunicación Social y Periodismo en dejar sus estudios a cambio de un reinado de belleza, al fin y al cabo esto las podría llevar más fácil a un set y les economizaría noches de estudio en compañía de Kapuscinski o Capote.
El gobierno acaba de anunciar la entrega de 10000 becas a los estudiantes con los mejores resultados en las pruebas ICFES, quizás menos cupos que los que ofrece la inscripción a un reality show. Sin embargo, es una estrategia de educación que sigue siendo pensada por la cantidad y no la calidad. Es la continuidad de un modelo que hasta la fecha no le apuesta a ciudadanos críticos, sino a estudiantes de paso: hijos de la televisión que no quieren pensar.
Y es que la educación colombiana es tan amiga de la televisión que incluso el excandidato presidencial Enrique Peñalosa, en su mandato como Alcalde Mayor de Bogotá, la utilizó para visibilizar el papel del maestro dentro de la academia. Una táctica que dio como resultado una serie llamada Francisco, el matemático, que para su época fue famosa.
Por ahora, el debate continuará abierto. Tal vez Gustavo Bolívar y Rodrigo Triana seguirán haciendo ‘narconovelas’, o los aspirantes a la Nacional arrepintiéndose por no ver a la Torre Eiffel más allá de su debut en Ratatouille o Medianoche en París, pero insisto, la educación colombiana necesita evolucionar. Para ello, los invito a apagar la ‘tele’ y a comer más libro, pues ni Mandela ni Malala necesitaron la televisión para entender que la educación es el arma más práctica para atacar la sombra de la ignorancia y la cultura en movimiento que la apoya.
La doble moral de Uribe
Las
dictaduras en su paso por la historia de la humanidad le han vendido a las
naciones un sentido de la política bajo el concepto del poder coercitivo. No
obstante, durante su cauce han existido situaciones que quedan como registro de
desarrollo, dejando de lado el discurso prominente del despotismo que persigue
a la palabra “dictadura”. Casos como el de Carlomagno y su Imperio Carolingio, Trujillo
en República Dominicana, Pinochet en Chile o Rojas Pinilla en Colombia dan
prueba de ello.
Sin
lugar a dudas, fueron épocas de florecimiento que pudieron evidenciarse en un
mayor cubrimiento a problemáticas como infraestructura o vivienda. Sin embargo,
son resultados que apedrearon todo ejercicio de liberación y de derechos
humanos, trayendo como consecuencia innumerables cifras de crímenes cometidos y
delitos referentes al abuso del poder.
Y aunque
la Revolución Francesa en 1789 fue un
detonante para la nueva visión que luego se vendría a gestar en los países de
América, el siglo XX en este continente tuvo unas inflexiones políticas,
reflejadas en los nacientes derechos del hombre, la mujer y los pueblos indígenas, que fueron
determinantes para la construcción de algunas de las actuales constituciones,
entre esas la de Colombia del 91.
Con
la actual Carta Magna se abrió paso al concepto de democracia, razón por la
cual hoy se habla de Estado de bienestar, igualdad de derechos, construcción de
paz, rendición de cuentas, control político, entre un sinnúmero de palabras que
se pierden en el imaginario de una nación perfecta. Términos que hoy son
víctimas de la ‘ética’ discursiva, profanada por la esfera más alta de nuestra
política nacional.
Uribe
es parte del círculo. Hace unos días, el periodista Daniel Coronell dio a
conocer a través de su columna dominical de la Revista Semana, una prueba del
sentido de hipocresía que tiene el expresidente, hoy senador, con la nación.
Años atrás, cuando las puertas de la Casa de Nariño estaban a su servicio, el
señor Álvaro Uribe Vélez estaba ad portas
de una negociación con las Farc desde la figura de ‘Pablo Catatumbo’,
miembro del Secretariado del grupo guerrillero.
Sin
embargo, se trataba de un asunto político que se encontraba en condición de
secreto bajo la protección de personajes como Luis Carlos Restrepo, Alto
Comisionado para la Paz de Uribe y hoy prófugo de la justicia colombiana, y Henry
Acosta Patiño, intermediario de las Farc y el Gobierno en ese entonces.
La
polémica se desató luego de las diversas publicaciones de Coronell. Lo que dio
como resultado una serie de discusiones políticas que hoy revolotean por las
conciencias de la opinión pública. Por un lado, están quienes en su condición
servil al uribismo acusan al periodista de hablar con la mentira, mientras que
en el otro bando se alude a la libre expresión y su marco legal, junto con el
derecho al control político, obsequiado por el referente de democracia del
siglo XXI.
Lo
cierto es que el escándalo puso en la palestra pública la doble moral de Uribe
Vélez, pues su crítica al Gobierno actual reincide en el tema de la paz
negociada, cuestión que por pruebas de Coronell quedó demostrado no era de su
total desatención en sus años como presidente ¡Qué cínico! No le bastó con
hablar de seguridad, justicia e impunidad para olvidar que sus mayores
servidores, llámese Arias, Hurtado o Restrepo, se le burlaron al sistema judicial
colombiano, o que por la ‘yidispolítica’ pudo reformar un artículo de la
constitución, o aún más, que su Ley de Justicia y Paz fue un fracaso.
Y
aunque las cifras de crecimiento económico lo ubiquen en una situación
favorable, luego de su venta de Colombia al extranjero, lo de Uribe fue un
modelo de país trasversal a un gobierno de conveniencia, con visos de dictadura
después de su segundo mandato. Por tanto señor expresidente, deje la bronca con
Coronell, yo entiendo que él ha sido su piedra en el zapato, pero es que
estamos en pleno siglo XXI ¡Bienvenido a la era de la democracia! La misma en
la que los periodistas pueden hacer control político.
Causa perdida
Pasaron
los días y el pasaje bíblico que narraba como una historia de crucifixión
la muerte de Sergio Urrego ha
desaparecido. El silencio de los medios notifican una nueva víctima de la
chiva, pues su nombre quedó en el olvido después de horas de ajetreo en las
primeras planas del mes de agosto.
El
país estaba consternado con la noticia del joven de 16 años, quién se lanzó
desde la terraza de un centro comercial del occidente de Bogotá, acabando con
su vida y abriendo un tema de debate que pone en la palestra pública nuevamente
a la educación en Colombia, y en específico a la de la capital. Lástima que periodistas no le hayan dado
continuidad a la investigación.
Y es
que este caso de suicidio fue escandaloso, no sólo por tratarse de una noticia
amarillista (aunque no se puede negar que aprovecharon la situación) sino por
su contexto de trasfondo. Urrego había sido víctima de matoneo homofóbico por
parte de directivas y estudiantes del Gimnasio Castillo del Norte. Un nuevo suceso que, aunque se trata de los
pocos que ha logrado reproducirse en Colombia, se sumaba a la larga lista de los
existentes sobre el bullying escolar
en nuestro país.
Aunque
el informe estadístico sobre este tema no tenga una frecuencia de estudio alta
por parte de la Secretaría o Ministerio de Educación, la Fundación
Universitaria de Ciencias de la Salud (FUCS) presentó recientemente unas
cifras, donde se llega a la conclusión que 1 de cada 5 niños en Colombia son
blanco de este tipo de violencia escolar.
Los
resultados del estudio no son alarmantes, y se suman a las declaraciones de la
Alcaldía de Bogotá que aseguran que en temas de discriminación en colegios y
escuelas, la cifra ha disminuido de un promedio del 15% al 11% desde el 2011
hasta la fecha. No obstante, este avance lento no deja de estar en el ojo del
huracán, pues existen hechos como el de Sergio Urrego que revuelven cualquier
sentimiento de duda.
Según
expertos en psicología que trabajan en conjunto con la Fiscalía temas de matoneo
escolar, los colegios con mayor acceso a actividades lúdicas, deportivas o
artísticas, tienen la mayor probabilidad de reducir los porcentajes de
violencia en las aulas, y que por tanto, este puede ser un método efectivo para
que las instituciones gubernamentales, en el caso de Bogotá la Alcaldía Mayor,
le apuesten a políticas públicas de este tipo para mitigar el problema y evitar
hechos lamentables a posteriori.
Vale
la pena ambiciar. Sin embargo, áreas como los casos de la educación y el
deporte siguen teniendo su vacío institucional, por ende, el tema del matoneo
siempre estará en la cuerda floja. Una constante que no desaparece. Colombia se
acostumbró a la violencia.
Nuestro
lema es el conflicto, y para llegar a ello apoyamos nuestra doble moral. El
Gobierno no incentiva el deporte porque no da plata, los ciudadanos gritan con
noticias como las de Urrego pero juzgan porque eres gay, critican la educación
pero se forman viendo ‘narconovelas’ de la televisión privada…pedimos país pero
no ayudamos a construirlo. Eso somos los colombianos, una causa perdida, que
como el matoneo en Bogotá no deja de ser una utopía, un amargo episodio de
nuestro statu quo.
Democracia en conflicto
No hay democracias sin oposición. A eso le apuestan los teóricos
políticos de siglo. En Colombia, como en Latinoamérica, todavía es un tema que
está en vilo. Según establece el artículo 112 de nuestra Constitución, “los
partidos y movimientos políticos con
personería jurídica que se declaren en oposición al Gobierno, podrán ejercer
libremente la función crítica frente a este (…) se le garantizarán los
siguientes derechos: el acceso a la información y a la documentación oficial,
con las restricciones constitucionales y legales; el uso de los medios de
comunicación social del Estado o
en aquellos que hagan uso del espectro electromagnético (…) una ley estatutaria
reglamentará íntegramente la materia”.
En Colombia, esta ley se prescribe sobre la
idea del Estatuto de Oposición que hasta la fecha no ha tenido un destino
fortuito en el Congreso. Al parecer, los gobiernos le temen a que la piedra del
zapato se convierta en roca. Ayer, en tiempos de Uribe Vélez, era el Polo. Hoy,
el Centro Democrático. Definitivamente se les volteó la arepa a los uribistas,
y si les digo se les quemó, razón tenía Paloma Valencia en llegar a su estado
más esquizofrénico en el debate sobre paramilitarismo que se llevó ayer a cabo
en las salas del Legislativo.
Y es que por qué no traer a colación un
hecho tan acalorado como el agarrón entre uribistas y sus opositores, si es que
en conclusión el debate es lo que solidifica una democracia. Claro está, lo de
ayer no fue un debate, sino un circo. No obstante, se le dio rienda suelta a
algunos aspectos que no sobra mencionar y que puede darnos la razón por la que
Colombia es una nación que en asuntos democráticos se raja, arrojando
resultados como el de la última prueba Pisa.
Iván Cepeda ha representado durante años a
un ala política arraigada a los fundamentalismos de la izquierda y Álvaro
Uribe, aunque en sus primeros pasos pertenecía al Partido Liberal, desde su
época presidencial se consolidó como un acérrimo dirigente de la ultraderecha.
Pues bien, estos eran los protagonistas del TV
show que vivimos ayer desde nuestros televisores.
Para destacar: Jimmy Chamorro quería salir
corriendo, Paloma Valencia la pila no se le descargaba, Cepeda resumió su libro
Por las sendas del Ubérrimo, entre
otros charrasquillos. La pelea se condensaba en sus ansias de hablar, algunas
veces para hacer acusaciones y otras por defensa propia.
No obstante, no cabe duda que el papel
protagónico se lo llevó el uribismo. Aunque Cepeda quiso brillar, el Centro
Democrático logró jugarle mucho mejor a la legislación. Con su discurso de buen
obrar, le huyeron al debate. Su salida de emergencia fue hacer acusaciones que
para la lógica de la política es mediocre. Por ejemplo, Uribe tilda de “servidor del terrorismo” a Canal
Capital por la emisión del debate, cuando es la misma ley la que lo aprueba. Se
les olvidó que la televisión pública es una garantía para la oposición y el
control político ¡Ay los uribistas y su Alzheimer!
Pues bien, aunque la moda de la paz siga
rondando por las calles de nuestro país, viendo acciones de instituciones como
el Congreso es difícil aún pensar en el ideal de democracia. No hay debate, no
hay consenso, no hay nada. Y aunque la ley trate de reivindicarse con temas
como el de la oposición, sigue haciendo falta un estatuto que consolide su
papel, ya sea para redefinir su ubicación dentro del espectro de lo ideológico
o caracterizar su accionar político dentro del Gobierno y sus instituciones.
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