jueves, 23 de octubre de 2014

Democracia en conflicto

No hay democracias sin oposición. A eso le apuestan los teóricos políticos de siglo. En Colombia, como en Latinoamérica, todavía es un tema que está en vilo. Según establece el artículo 112 de nuestra Constitución, “los partidos y movimientos políticos con personería jurídica que se declaren en oposición al Gobierno, podrán ejercer libremente la función crítica frente a este (…) se le garantizarán los siguientes derechos: el acceso a la información y a la documentación oficial, con las restricciones constitucionales y legales; el uso de los medios de comunicación social del Estado o en aquellos que hagan uso del espectro electromagnético (…) una ley estatutaria reglamentará íntegramente la materia”.


En Colombia, esta ley se prescribe sobre la idea del Estatuto de Oposición que hasta la fecha no ha tenido un destino fortuito en el Congreso. Al parecer, los gobiernos le temen a que la piedra del zapato se convierta en roca. Ayer, en tiempos de Uribe Vélez, era el Polo. Hoy, el Centro Democrático. Definitivamente se les volteó la arepa a los uribistas, y si les digo se les quemó, razón tenía Paloma Valencia en llegar a su estado más esquizofrénico en el debate sobre paramilitarismo que se llevó ayer a cabo en las salas del Legislativo.

Y es que por qué no traer a colación un hecho tan acalorado como el agarrón entre uribistas y sus opositores, si es que en conclusión el debate es lo que solidifica una democracia. Claro está, lo de ayer no fue un debate, sino un circo. No obstante, se le dio rienda suelta a algunos aspectos que no sobra mencionar y que puede darnos la razón por la que Colombia es una nación que en asuntos democráticos se raja, arrojando resultados como el de la última prueba Pisa.

Iván Cepeda ha representado durante años a un ala política arraigada a los fundamentalismos de la izquierda y Álvaro Uribe, aunque en sus primeros pasos pertenecía al Partido Liberal, desde su época presidencial se consolidó como un acérrimo dirigente de la ultraderecha. Pues bien, estos eran los protagonistas del TV show que vivimos ayer desde nuestros televisores.

Para destacar: Jimmy Chamorro quería salir corriendo, Paloma Valencia la pila no se le descargaba, Cepeda resumió su libro Por las sendas del Ubérrimo, entre otros charrasquillos. La pelea se condensaba en sus ansias de hablar, algunas veces para hacer acusaciones y otras por defensa propia.

No obstante, no cabe duda que el papel protagónico se lo llevó el uribismo. Aunque Cepeda quiso brillar, el Centro Democrático logró jugarle mucho mejor a la legislación. Con su discurso de buen obrar, le huyeron al debate. Su salida de emergencia fue hacer acusaciones que para la lógica de la política es mediocre. Por ejemplo, Uribe  tilda de “servidor del terrorismo” a Canal Capital por la emisión del debate, cuando es la misma ley la que lo aprueba. Se les olvidó que la televisión pública es una garantía para la oposición y el control político ¡Ay los uribistas y su Alzheimer!


Pues bien, aunque la moda de la paz siga rondando por las calles de nuestro país, viendo acciones de instituciones como el Congreso es difícil aún pensar en el ideal de democracia. No hay debate, no hay consenso, no hay nada. Y aunque la ley trate de reivindicarse con temas como el de la oposición, sigue haciendo falta un estatuto que consolide su papel, ya sea para redefinir su ubicación dentro del espectro de lo ideológico o caracterizar su accionar político dentro del Gobierno y sus instituciones.

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