jueves, 23 de octubre de 2014

Televisión para no pensar

Se llegaron los 60 años de la televisión colombiana y por si fuera poco su recuerdo me persigue. En mi imaginario aún siguen rodando imágenes como la de Margarita Rosa de Francisco cantando en una gallera o a Betty la fea conversando con su club de oficina mientras en el fondo hay una voz que canta “Se dice de mí…”. Y es que definitivamente, el poder de la televisión es tan fuerte e intenso, que a veces yo quisiera recordar el teorema de Pitágoras como si se tratase de cualquier telenovela.

Por estos días, revisando el primming (lo más visto, lo más leído…) me encuentro con que los dos primeros puestos se lo llevan una noticia sobre La Voz Kids y otra correspondiente a las 10000 becas otorgadas por el Gobierno Nacional. Justo ahí mi mente empieza a escudriñar ideas, hasta llegar a la conclusión que la educación y la televisión son cabeza y cuerpo de un país que aún no está pensado para pensar.

Según la última Encuesta de Consumo Cultural, realizada por el DANE en colaboración con el ministerio de Cultura en el año 2013, cada colombiano lee al año 1,9 libros. Es decir, cerca del 12% de lo que lee un español o del 0,89 % de un finlandés. Una cifra que nos deja mal parados ante el mundo y que responde a nuestros pésimos resultados en pruebas internacionales como la PISA, donde en el último año ocupamos el último lugar de 65 países participantes. Vergüenzas que en últimas termina “curando” RCN o Caracol.

A Colombia le cuesta pensar y por eso su mejor salida es el entretenimiento. Hoy el país encabeza junto a México, Brasil y Estados Unidos el ranking de los mayores productores de novelas de la industria de la televisión mundial, y no precisamente por novelas de escritura como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, sino por material carnívoro que alimente el morbo de los telespectadores.

La cultura del ‘farandulismo’  nos vendió la televisión como un espacio ideal.  Acá los héroes visten de silicona, bótox y pestañina, y por si fuera poco, nunca van a una escuela, porque su fortuna la hereda de un papá antes desconocido o de una artimaña con visos de corrupción y sicariato. Esas son nuestras historias de vida, razón tienen muchas estudiantes de Comunicación Social y Periodismo en dejar sus estudios a cambio de un reinado de belleza, al fin y al cabo esto las podría llevar más fácil a un set y les economizaría noches de estudio en compañía de Kapuscinski o Capote.

El gobierno acaba de anunciar la entrega de 10000 becas a los estudiantes con los mejores resultados en las pruebas ICFES, quizás menos cupos que los que ofrece la inscripción a un reality show. Sin embargo, es una estrategia de educación que sigue siendo pensada por la cantidad y no la calidad. Es la continuidad de un modelo que hasta la fecha no le apuesta a ciudadanos críticos, sino a estudiantes de paso: hijos de la televisión que no quieren pensar.

Y es que la educación colombiana es tan amiga de la televisión que incluso el excandidato presidencial Enrique Peñalosa, en su mandato como Alcalde Mayor de Bogotá, la utilizó para visibilizar el papel del maestro dentro de la academia. Una táctica que dio como resultado una serie llamada Francisco, el matemático, que para su época fue famosa.


Por ahora, el debate continuará abierto. Tal vez Gustavo Bolívar y Rodrigo Triana seguirán haciendo ‘narconovelas’, o los aspirantes a la Nacional arrepintiéndose por no ver a la Torre Eiffel más allá de su debut en Ratatouille o Medianoche en París, pero insisto, la educación colombiana necesita evolucionar. Para ello, los invito a apagar la ‘tele’ y a comer más libro, pues ni Mandela ni Malala necesitaron la televisión para entender que la educación es el arma más práctica para atacar la sombra de la ignorancia y la cultura en movimiento que la apoya.

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